De “Eldorado” al Tercer Reich

De “Eldorado” al Tercer Reich

Vida y muerte de una cultura homosexual

Gerard Koskovich*

En el mes de abril de 1945 las unidades aliadas entraban en Alemania, poniendo así fin al sueño la fantasía nazi de mil años de Reich. Durante estas semanas cuajadas de acontecimientos, la liberación de los campos de concentración revolvió los sentimientos más profundos, incluso los de aquellos más curtidos en el combate. Para la mayoría de los soldados aliados, los campos ofrecían la primera evidencia completa del ubicuo aparato estatal de terror contra el que habían combatido.

Un soldado estadounidense de veintiún años de edad, de nombre Robert Fleischer, formaba parte de las unidades que liberaron Dachau, el campo situado en las cercanías de Munich fundado doce años antes como un prototipo del sistema de represión social y política del nacionalsocialismo. Fleischer recordaría después esta experiencia en estos términos:

Los caminos estaban repletos de esqueletos andantes con esos uniformes de rayas. Apenas podían arrastrarse a sí mismos. Intenté hablarles, y no sabían nada de inglés. De repente, se me ocurrió preguntarles “Du bist Juden?”—“¿Eres judío?” Un hombre asintió “Ja,” y le dije “Yo también.” [Otro prisionero] se me acercó...y empezó a besarme la mano. Yo estaba tan trastornado, me decía a mí mismo, “¿Cómo se atreve el mundo a hacer algo así a dos seres humanos? ¿Quién soy yo para que él tenga que besarme la mano porque está libre?”[1]

Fleischer había buscado inmediatamente a otros judíos como él entre los liberados, ya que la ideología antisemita del nazismo era bien conocida y repudiada fuera de Alemania. Pero, en ese momento, el joven soldado no tenía ninguna otra forma de saber que podía haber buscado a otro tipo de prisioneros con los que también guardaba afinidad, prisioneros que habían sido de los primeros en ser escogidos para ser internados en Dachau. Prisioneros que, como el propio Fleischer, eran homosexuales.

El testimonio de Fleischer pone de manifiesto la invisibilidad de las víctimas homosexuales del régimen nazi, una situación exacerbada con la exclusión de estas víctimas de todo reconocimiento jurídico y memoria histórica en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, estas palabras nos recuerdan que el pueblo judío fue el principal objetivo de Hitler. Si queremos comprender la ideología y los mecanismos de represión social que el estado nazi articuló en contra de los homosexuales, debemos fijarnos no solo en el trasfondo y especificidades de esta represión, sino también en su relación con el proyecto del régimen nazi de llevar a término un genocidio antisemita.

La aparición de una minoría homosexual en Alemania (1830-1920)

La campaña de persecución nazi contra los homosexuales no fue dirigida solamente contra actos o individuos aislados, sino que más bien tenía como objetivo erradicar un fenómeno social y cultural más amplio. En el siglo anterior al periodo nazi, los hombres y mujeres homosexuales en Alemania habían llegado a ser vistos como una minoría cultural controvertida: una clase relativamente homogénea agrupada por criterios de afinidad afectiva, sexual y social, que habitaba territorios urbanos específicos, que formaba redes sociales, y que perseguía unos determinados objetivos culturales y políticos de forma colectiva[2].

Las instituciones que ostentaban el poder en la sociedad alemana no veían esta nueva definición de los terrenos del sexo y el género como algo benigno. El sistema jurídico, por ejemplo, expandió su regulación de los roles y el comportamiento sexual del género masculino, codificando como delitos la actividad homosexual y las expresiones sociales que le acompañaban. Después de que los estados alemanes independientes se unificaran en 1871, las estrictas leyes prusianas contra la conducta homosexual se impusieron en todo el país[3].

Esta legislación no hacía mención, sin embargo, de la actividad lesbiana; una manifestación no tanto de la existencia de un mayor grado de libertad para las lesbianas, sino del nivel de control de la mujer a través de su exclusión de los principales sectores del mercado de trabajo y de los territorios públicos del poder político y cultural dominados por los hombres. La dependencia económica de las mujeres respecto a sus padres o maridos, junto con las responsabilidades que la cultura dominante le asignaba en relación con el cuidado del hogar, el parto y la cría de los hijos, servían tanto para limitar la expresión sexual lésbica como para desviar la mirada ávida de los legisladores.

El sistema médico en Alemania pronto superó las leyes existentes en la materia. En la década de 1870, los médicos comenzaron a clasificar tanto a los hombres como a las mujeres que habían experimentado algún tipo de deseo homosexual como degenerados fruto de la herencia genética o como casos de personalidad patológica. Este tipo de diagnósticos diferenciaban generalmente entre casos de supuesta inversión congénita y aquellos individuos que se suponía que habían adquirido una proclividad hacia la homosexualidad debido a una autoindulgencia libertina o como fruto de la seducción homosexual.

Los especialistas en psiquiatría –un campo entonces emergente, liderado por especialistas austriacos y alemanes– publicaron estudios que desarrollaban estas teorías y sugerían formas de intervención terapéutica como medios de control social más efectivos que las propias sanciones penales. Los estudios enfatizaban la amenaza social del comportamiento contrario a las normas de género y el peligro añadido del contagio del comportamiento homosexual para justificar la intervención terapéutica y otras medidas de higiene social[4]. Estos imperativos serían llevados a su extremo más represivo bajo el régimen nazi.

Desde la década de 1880 hasta la era nazi, las organizaciones religiosas alemanas organizaron campañas similares en nombre de la “pureza moral” en contra de fenómenos que consideraban como muestras de la decadencia y vicios de la vida urbana. Estas campañas estaban dirigidas contra el aborto, la prostitución, las publicaciones y entretenimientos de contenido sexual, el trabajo femenino fuera del hogar, y las relaciones homosexuales –en otras palabras, contra todos los signos del cambio de estructuras sociales y de género propias de la vida moderna. Los esfuerzos más denodados de este tipo de campañas de pureza moral fueron los de la denominada Misión Interna, una organización protestante de beneficencia de ámbito nacional, que distribuía panfletos, organizaba grupos de jóvenes, presionaba en contra de las reformas jurídicas, y abogaba por la castración de los responsables de delitos sexuales[5].

A pesar de estos intentos de regulación, las subculturas de los hombres y mujeres homosexuales continuaron desarrollándose –aunque de forma bastante precaria– en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Este desarrollo se basaba en dos procesos de cambio social: la aparición del erotismo en general en la esfera pública, y, más concretamente, en la esfera comercial; y el movimiento de las mujeres trabajadoras en la industria y en el nuevo campo del secretariado empresarial, un movimiento que ofrecía por primera vez independencia económica a un número significativo de mujeres de las clases media y trabajadora.

Con el cambio de siglo, los territorios sexuales, sociales e intelectuales de los hombres y mujeres homosexuales comenzaban a expandirse, incorporando toda una lista de cafés y confiterías, cervecerías, bares, casas de baño, librerías, clubes de aficionados y deportivos, pequeños hoteles, edificios de apartamentos y sectores completos de ciertos barrios. En torno a 1914, se estima que sólo en Berlín había alrededor de cuarenta bares homosexuales –incluidos algunos destinados específicamente a lesbianas–, varios periódicos homosexuales y entre mil y dos mil hombres dedicados a la prostitución. A principios de la década de 1920, otros desarrollos similares podían constatarse, en menor escala, en otras ciudades alemanas[6].

Para los homosexuales cuya experiencia primaria había sido el aislamiento y la confusión, el descubrimiento de una vida urbana homosexual podía ser una auténtica revelación. La sensación que muchos homosexuales compartían sobre Berlín se reflejaba en el nombre del bar homosexual más famoso de la ciudad a finales de los años veinte y principio de los treinta: un cartel de neón de estilo art-decó iluminaba las palabras “Eldorado”, en referencia a la tierra mítica de oro que los Conquistadores habían buscado en vano. Y, para asegurarse de que nadie perdía el sentido de la referencia, dos grandes carteles colocados en la puerta principal añadían: “¡De verdad que lo es!”[7].

Hombres, mujeres y la política de la homosexualidad (1860-1920)

Los esfuerzos para organizar a los y las homosexuales alemanas políticamente fueron coetáneos a los profundos cambios sociales que tuvieron lugar a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Para los hombres homosexuales, esta lucha hizo su aparición primariamente como un movimiento con el objetivo específico de revertir el discurso médico de la personalidad patológica homosexual y transformarlo en una “identidad homosexual” despatologizada, merecedora de un tratamiento social igualitario. En contraposición, las organizaciones que albergaron mujeres lesbianas hicieron su aparición principalmente en el contexto más amplio del movimiento feminista.

A partir de la década de 1860, el abogado y periodista Karl-Heinrich Ulrichs publicó una serie de panfletos rompedores, en los que demandaba el fin de la persecución e identificaba a los hombres homosexuales como una clase diferenciada con su propias necesidades culturales, sociales y políticas. En 1865, Ulrichs elaboró por su propia cuenta la propuesta de una “Unión uraniana”, una sociedad de ayuda mutua para hombres homosexuales. Dos años más tarde, en una intervención sin precedentes ante unos quinientos miembros de la Sociedad Alemana de Juristas, Ulrich hizo un llamamiento público a favor de la derogación de la legislación antihomosexual; fue acallado por los asistentes antes de que terminara su discurso[8].

Siguiendo los pasos de estos primeros esfuerzos, un grupo en Berlín comandado por el Dr. Magnus Hirschfeld fundó el Comité Científico Humanitario (Wissenschaftlich-humanitäres Komitee) el 15 de mayo de 1897. Hirschfeld y sus seguidores argumentaban que la homosexualidad era simplemente una inversión innata de género que no requería de ningún tipo de intervención médica o jurídica. El Comité, la primera organización a favor de los derechos de los homosexuales de la que se tiene noticia, asumió como objetivo principal la derogación del artículo 175 del Código Penal del Reich, la norma que prohibía en Alemania los actos homosexuales entre hombres. El Comité se dedicaba también a educar a la opinión pública sobre la investigación científica que respaldaba estas posiciones, así como a promover la autoestima entre los miembros del “tercer sexo”[9].

Esta aproximación científica y política no fue la única estrategia empleada por el movimiento. Otro grupo con sede en Berlín, la Comunidad de los Dueños de Sí Mismos (Gemeinschaft der Eigenen) fundado en 1903 por Adolf Brand, un escritor y editor bisexual, enfatizó la necesidad de una reforma cultural, considerando el comportamiento homosexual como un fenómeno de carácter cultural más que biológico. Brand basó su análisis en la tradición clásica y en la Ilustración alemana, defendiendo la amistad apasionada como fundamento de la virtud masculina, el refinamiento estético, el desarrollo intelectual y la buena ciudadanía. Las publicaciones de la Comunidad, sus salones y lecturas públicas eran abiertamente antimodernas, conservadoras, nacionalistas y misóginas, y a veces críticas de Hirsch­feld y el Comité[10].

El modelo de homosexuales organizándose entre ellos para promover cambios y suplir sus propias necesidades comunales comenzó a generalizarse por Alemania desde principios de siglo. A principios de la década de los 1920, alrededor de 25 organizaciones políticas, culturales y sociales –a medio camino entre Hirschfeld y Brand– se encontraban activas en ciudades de todo el país. Sin duda, la organización que logró un mayor éxito fue la Liga por los Derechos del Hombre (Bund für Menschenrechte), un grupo integrado por personas de ambos géneros activo desde 1923 a 1933; en su momento álgido, la Liga consiguió reunir a 48,000 miembros[11].

Aunque las mujeres también jugaron un cierto papel en la organización de estos grupos específicamente homosexuales, las lesbianas políticamente activas de finales del siglo XIX y principios del XX se enfocaban por lo general en la agenda feminista más amplia –incluida la reforma educativa, el acceso al mercado de trabajo, y el sufragio femenino–, trabajando en organizaciones que apreciaban sus energías sin importarles su sexualidad[12]. Esta situación comenzó a cambiar alrededor de 1910-1911, cuando muchas de estas organizaciones de ámbito general comenzaron a incluir asuntos lésbicos en la agenda, uniéndose al Comité Científico Humanitario y a otros grupos en las iniciativas para derrotar las iniciativas legislativas para criminalizar los actos homosexuales femeninos[13].

Tanto las organizaciones homosexuales como los grupos de mujeres de este periodo aparecieron en el contexto más amplio de la campaña de reforma social en Alemania finales del siglo XIX y principios del XX. El propio Hirschfeld combinó este espíritu de reforma con el intento de redirigir la influencia de la ciencia y la medicina a favor de los homosexuales. En 1919, fundó el Instituto para la Ciencia Sexual (Institut für Sexualwissenschaft) en Berlín como un centro de estudio y terapia sexuales a tiempo completo, incluyendo una biblioteca, archivos, un museo, y una clínica, así como un programa de publicaciones y conferencias de amplia divulgación. Tomando como base el Instituto, Hirschfeld llegó a ser una autoridad internacional en el campo de la sexología y el principal defensor en Alemania de la reforma sexual y la tolerancia social para las minorías sexuales[14].

La reacción de la derecha y la llegada al poder de los nazis (1920-1933)

El periodo de cambio social que sirvió de marco a la aparición de la subcultura homosexual, el movimiento de derechos de los homosexuales, el movimiento de mujeres, y otros movimientos sociales progresistas también generó fuertes reacciones conservadoras en Alemania, vinculadas a demandas de una estricta regulación de las minorías sexuales, políticas, étnicas y religiosas. La Primera Guerra Mundial, que tuvo como resultado la muerte de casi dos millones de soldados alemanes y la ruina económica, no hizo sino exacerbar estas tensiones y polaridades.

El advenimiento de la República de Weimar –que reemplazó al régimen imperial en 1918–pareció augurar en un principio un cambio progresista, pero las esperanzas de reforma desaparecieron tan pronto como las condiciones económicas en Alemania comenzaron a deteriorarse. La hiperinflación de 1922-1923, seguida de la crisis económica de 1929, añadió un desempleo masivo al saldo ya de por sí negativo dejado por la guerra. En estas circunstancias de profunda crisis económica y conflicto social, los discursos políticos del antisocialismo, el antisemitismo, la xenofobia, y la homofobia ganaron terreno rápidamente[15].

Entre las organizaciones que promovían este tipo de ideología de derecha se encontraba el Partido Nacionalsocialista. Creado en 1920 como resultado de la fusión de varios grupúsculos de extrema derecha, el Partido Nazi jugó un papel cada vez más visible y agresivo a lo largo de la década, atrayendo adeptos de entre las masas de alemanes que buscaban soluciones drásticas a las calamidades de la época. La Sturm­_ab_­teilung o “Sección Tormenta” del partido –conocido por su acrónimo en alemán como las SA– reclutaba directamente a sus miembros de entre jóvenes desempleados, equipándolos con uniformes, comidas, y un sentido de pertenencia, al tiempo que los organizaba en bandas paramilitares que sembraban el terror entre los oponentes políticos y grupos minoritarios.

En los años anteriores a su llegada al poder, algunos líderes nazis toleraban el comportamiento privado de ciertos miembros destacados del partido que eran homosexuales; esta tolerancia no se derivaba de una opción política, sino que respondía más bien a consideraciones pragmáticas del caso concreto. Al mismo tiempo, la mayor parte de los miembros y simpatizantes del partido colocaban a los homosexuales explícita e inequívocamente entre los grupos culpables de la inestabilidad de la sociedad alemana y la debilidad del estado alemán. A lo largo de toda esta década, Hirsch­feld, el Instituto, el movimiento homosexual, y los homosexuales en general fueron objetos frecuentes de ataques virulentos en los periódicos populares y en la prensa nazi.[16]

Haciendo suyos los análisis de la ciencia médica y a veces incluso del propio movimiento homosexual, los ideólogos nazis describieron a los homosexuales como parte de una clase psicológica o biológica desviadas, integrantes de una subcultura subrepticia, miembros de una comunidad pseudoétnica o conspiradores pertenecientes a una cábala política o a organizaciones delictivas; cada una de estas descripciones suponía una amenaza de disidencia que resultaba intolerable. Si bien se asumía la noción de que la homosexualidad derivaba en algunas personas de defectos de tipo congénito, los juristas y médicos nazis también caracterizaron al deseo homosexual como un fenómeno contagioso capaz de infectar y corromper incluso a aquellos que no eran homosexuales por naturaleza[17].

Por encima de todo, los nazis consideraban que la homosexualidad suponía una mixtificación de la jerarquía de género, basado en un esquema estricto de agresividad masculina y sumisión femenina, así como del deber de reproducción defendido por el partido como estrategia principal para restablecer el orden social. Asimismo, tomando en cuenta el interés nazi en los vínculos personales dentro de todas las organizaciones políticas, militares y sociales como base del poder del estado, el régimen se preocupó mucho por evitar que sus propias instituciones facilitaran de forma inadvertida las afecciones homosexuales que pudieran producir una fuerza de oposición interna.[18]

Un texto de 1928, elaborado en respuesta a la campaña en curso del Comité Humanitario para la derogación del artículo175, ofrece un ejemplo típico del discurso antihomosexual del partido nazi:

No es necesario que tú y yo vivamos, pero es necesario que el pueblo alemán viva. Y sólo podrá vivir si puede luchar, porque la vivir significa luchar. Y sólo puede pelear si mantiene su masculinidad. Sólo puede mantener su masculinidad si ejercita la disciplina, particularmente en asuntos relacionados con el amor. El amor libre y la desviación son formas de indisciplina... Por lo tanto rechazamos toda clase de lascivia, especialmente la homosexualidad, porque nos priva de nuestra última oportunidad para liberar a nuestro pueblo de las cadenas que lo esclavizan.[19]

La destrucción de la cultura y el movimiento homosexuales (1933-1936)

En el momento de su llegada al poder a principios de 1933, los nazis hicieron rápidamente de esta ideología una política nacional, elaborando estrategias para la regulación de los homosexuales como una clase inferior y al deseo homosexual como una fuente de inestabilidad social. Estos objetivos se hicieron evidentes en una serie de medidas tomadas entre 1933 y 1936, que llevaron a la destrucción del movimiento de derechos de los homosexuales y la vibrante cultura homosexual que se había desarrollado en el periodo anterior en Alemania.

La primera de estas medidas, tomada menos de un mes después de que Adolf Hitler fuera nombrado Canciller, consistió en la prohibición las publicaciones de contenido homosexual –incluyendo todas las publicaciones periódicas, independientemente del tono de su contenido–, e ilegalizó las organizaciones de derechos homosexuales. La campaña para destruir el movimiento homosexual y para eliminar las imágenes homosexuales continuó el 6 de mayo de 1933, cuando más de cien estudiantes nazis invadieron el Instituto para la Ciencia Sexual de Hirschfeld. La turba devastó la biblioteca y archivos del Instituto, que fueron quemados en la pira de libros “antialemanes” que ardieron en la plaza situada frente a la ópera de Berlín la noche del 10 de mayo. Un busto de tamaño natural de Hirschfeld fue también pasto de las llamas.[20]

El propio Hirsch­feld pudo librarse de ser arrestado por encontrarse participando en una conferencia en el extranjero. Testigo de los sucesos en un noticiario en París unos pocos días después, comparó la visión de las llamas consumiendo su colección con la visión de su propio funeral[21]. Hirschfeld permaneció en el exilio hasta 1935; sus restos descansaron en la ciudad francesa de Niza.

La casa editorial de Adolf Brand también fue objeto de persecución. Entre mayo y noviembre, la policía visitó sus instalaciones un total de cinco ocasiones, con el objetivo de capturar todo el inventario de libros y revistas publicados a lo largo de casi cuarenta años. “Toda mi vida ha sido destruida,” confesaría Brand en una carta. El propio Brand no fue arrestado –probablemente porque se encontraba casado, y no era ni judío ni de izquierda–-, y probablemente gracias a la intervención de un protector dentro del partido nazi. Brand permanecería en Berlín, donde moriría junto con su esposa durante un bombardeo aliado en 1945.[22]

Los primeros meses de 1933 fueron también el escenario de la ofensiva del régimen nazi contra los territorios sociales homosexuales, consistente en los ataques de las SA a bares y clubes homosexuales. Uno de los primeros establecimientos en ser clausurado por amenaza al orden público fue el famoso club “Eldorado” de Berlín, que había continuado siendo un alegre punto de destino para una mezcla de mujeres y hombres homosexuales, travestidos de ambos sexos, turistas y bohemios[23].

El bello y amplio espacio que ocupaba “Eldorado” en la calle Motz abrió de nuevo sus puertas, esta vez como oficina de propaganda de la campaña nazi para las elecciones parlamentarias de marzo de 1933, convocadas por Hitler poco después de ser nombrado Canciller como medio para consolidar su poder. Se colgaron esvásticas gigantescas en su fachada, y una enorme pancarta escrita en letras góticas ordenaba “Vote por la casilla de Hitler”, oscureciendo el cartel, ahora tristemente obsoleto, que había proclamado “¡De verdad que lo es!”[24] Aunque un pequeño número de bares continuó resistiendo como lugares de encuentro clandestinos, efímeros y altamente peligrosos, el paisaje elaborado de la vida nocturna homosexual de Weimar es esfumó rápidamente sin dejar rastro, como la tierra mítica de “Eldorado”, de vuelta al ámbito de los sueños.[25]

Para el régimen nazi, las acusaciones de homosexualidad fueron utilizadas para una variedad de usos estratégicos. En junio y julio de 1934, por ejemplo, las afirmaciones de que la actividad homosexual estaba extendida en las SA constituyeron la excusa para llevar a cabo una violenta purga en la organización, que se había convertido en un obstáculo para los planes nazis de hacerse con la fidelidad del ejército alemán tradicional y de los líderes de los negocios y la industria. Tres semanas después, oficiales de las SS asesinaban al líder de las SA Ernst Röhm y a su ayudante Edmund Heines, quienes eran de hecho homosexuales, y a un total aproximado de trescientas personas, la gran mayoría de los cuales no lo era. Muchos de los que fueron asesinados no habían hecho nada más que provocar la ira mezquina de algún funcionario de las SS, mientras que otros fueron simplemente víctimas de errores de identidad[26].

La purga de las SA, conocida comúnmente como la “Noche de los Cuchillos Largos”, resulta particularmente significativa por una serie de razones:

1) Supuso el inicio de una auténtica campaña de denigración antihomosexual por parte del ministro de propaganda, Joseph Göbbels; una campaña que no sólo sirvió para extender el terror entre los homosexuales, sino también para ayudar a los nazis a elaborar tácticas para manipular la opinión pública que serían útiles para su campaña más amplia de “purificación social”[27].

2) Demostró que las medidas antihomosexuales podían convertirse en instrumentos de terror en contra de no homosexuales; de hecho, toda persona que no gozaba del favor del partido corría el riesgo de ser objeto de una “homosexualización” con efectos fatales, como las víctimas arbitrarias de la purga contra Röhm.

3) Constituyó el primer ejemplo de un nuevo instrumento de política nazi: el asesinato en masa orquestado por el propio Estado. Tomando como base los prejuicios sociales existentes, la ideología homofóbica que justificó la purga jugó sin duda un papel esencial a la hora de facilitar la aceptación pública de este tipo de táctica. Y la aceptación pública de esta primera masacre abrió la puerta a los nazis para futuros usos del asesinato en masa.

En 1935, en el primer aniversario del asesinato de Röhm –y poco después de la promulgación de las leyes antijudías de Nuremberg– el gobierno nazi adoptó nuevos regulaciones en contra del comportamiento homosexual masculino. Yendo más allá de los “actos similares al coito” proscritos en el artículo §175 del código imperial, la nueva legislación perseguía penalmente los besos, abrazos y miradas lujuriosas. Debido a la vaguedad de la ley y a la arbitrariedad de la jurisprudencia nazi, las reformas facilitaron mucho el procesamiento, tal y como lo muestran las estadísticas nacionales: en 1934, 948 hombres habían sido declarados culpables de estos delitos; en 1938, el número se había disparado a 8,562[28].

Aunque el artículo 175 no se aplicaba a las lesbianas, se han podido documentar algunos casos aislados en los que los jueces procesaron a algunas; las mujeres también eran objeto de procesamiento ocasional en virtud del artículo 176, que prohibía a personas en posición de autoridad tener relaciones sexuales con personas bajo su cargo[29]. En el caso de Austria, las lesbianas se enfrentaban a una amenaza jurídica más específica: el artículo de la ley austriaca que prohibía los contactos sexuales entre mujeres continuó siendo aplicado por los jueces nazis después de que el país fuera anexionado al Reich en 1938[30].

La distinción general entre hombres homosexuales y mujeres lesbianas en el ordenamiento jurídico nazi se basaba en concepciones de papeles de género e imperativos de reproducción, así como en asunciones relativas a la frecuencia y consecuencias de la actividad homosexual en los hombres a diferencia de la homosexualidad femenina. La Comisión para el Código Penal del Ministerio de Justicia nazi subrayó esta línea de pensamiento en un texto de 1935, que argumentaba en contra de la criminalización de las relaciones sexuales entre mujeres:

Con relación a los hombres [homosexuales] la fertilidad se desperdicia; normalmente no procrean en absoluto. No ocurre lo mismo respecto a las mujeres, o no al menos al mismo nivel. El vicio es más generalizado entre hombres que entre mujeres (con excepción de los medios de la prostitución). Con lo que respecta a las mujeres, es algo también menos obvio, menos visible. El peligro de la corrupción, por ejemplo, es por lo tanto menor...Una importante razón para castigar la relación sexual entre personas del mismo sexo es la falsificación de la vida pública, a menos de que se den pasos decididos para acabar con esta epidemia... Si esta predisposición no puede ser combatida, al menos sus actividades pueden serlo... Lo que anteriormente nos referimos como falsificación de la vida pública no se aplica apenas a las mujeres, en ya que las mujeres juegan un papel relativamente menor en la vida pública[31].

Como muestra típica de su manía por la centralización y sistematización burocráticas, el gobierno nazi creó tras la purga de Röhm un departamento especial de la Gestapo destinado a coleccionar expedientes de la policía local de todo el Reich relativos a hombres homosexuales. A finales de 1936, esta unidad fue absorbida por la Oficina Central del Reich para Combatir la Homosexualidad y el Aborto[32]. Los objetivos gemelos de esta nueva agencia sugieren de nuevo la conexión entre las políticas antihomosexuales del régimen con su insistencia en que todos los adultos arios sanos debía aumentar el tamaño de la “comunidad nacional” (Volks­­ge­mein­schaft) a través de la reproducción.

Hombres y mujeres homosexuales en los Campos de Concentración (1933–1945)

Junto con los oponentes políticos del régimen nazi, los hombres homosexuales fueron una de las primeras clases diferenciadas en ser internadas en los campos de concentración, cinco años antes de que se diera la orden de internar a los judíos exclusivamente por motivo de su raza[33]. El sociólogo Rüdiger Lautmann, que ha publicado una serie de investigaciones sistemáticas sobre esta materia, concluyó que los homosexuales y los proxenetas constituían una etiqueta de clasificación en el campo de Fuhlsbüttel en el otoño de 1933. Dachau recibió prisioneros homosexuales antes de 1934. Centenares de homosexuales llegarían después a ambos campos como resultado de las redadas que precedieron a los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. Posteriormente multitud de hombres homosexuales serían internados en una docena de campos distribuidos a lo largo y ancho del Reich, y continuarían siendo una de las categorías diferenciadas de prisioneros hasta la Liberación.[34]

Aunque el internamiento constituyó una amenaza constante para los hombres homosexuales bajo el régimen nazi, no fue una práctica uniforme y sistemática: según parece, la mayoría de los hombres procesados por delitos de homosexualidad durante el periodo nazi, por ejemplo, no fueron transportados a los campos. Entre 1935 y 1945, se procesaron aproximadamente unos 50,000 casos penales por violaciones de las disposiciones legales contra los actos homosexuales[35]. Sin embargo, tomando como base los registros que pudieron recuperarse de los campos de concentración, Lautmann calcula que aproximadamente 10,000 hombres fueron internados por su condición de homosexuales –un mínimo de 5,000 o un máximo de 15,000. Estas estimaciones incluyen a hombres que fueron transportados directamente sin ningún tipo de procesamiento penal, en virtud de la denominadas medidas de “detención preventiva”[36].

Sobre la base de estas cifras, puede concluirse que tan sólo uno de cada cinco hombres procesados por delitos relacionados con la homosexualidad fueron trasladados a los campos. La explicación de esta disparidad se encuentra sin duda en la distinción que hicieron los juristas y legisladores nazis entre los “incidentes derivados del ambiente” y la “homosexualidad habitual”, categorías que duplicaban fundamentalmente la distinción entre casos “adquiridos” e “innatos” desarrollada por la ciencia médica en Alemania desde mediados del siglo XIX.

Debido a este tipo de razonamiento, se consideró que muchas personas que fueron declaradas culpables por violación del artículo 175 habían sido en realidad inducidos a la actividad homosexual. Para este tipo de personas, los nazis creían que la rígida disciplina de la prisión, el trabajo tenaz, la psicoterapia, la castración (o una combinación de estas prácticas) constituían una posibilidad de recuperación útil para la comunidad nacional -en el peor de los casos como agregados económicos o militares, en el mejor de los casos como individuos arios capaces de cumplir con sus deberes de reproducción.

Este fue el caso, por ejemplo, de Pierre Seel, un joven de diecisiete años de edad de la provincia francesa anexionada de Alsacia, que fue internado por homosexual en 1941. Seel pasó seis meses terroríficos en el campo de Schirmeck-Vorbrück antes de ser reclutado por la fuerza por el ejército alemán[37].

En cambio, los reincidentes y aquellos cuya conducta violaba las normas de género, eran considerados como sujetos de una naturaleza homosexual intrínseca e inmutable; se enfrentaban con mayor posibilidad a ser trasladados a los campos y tenían menor posibilidad de ser puestos en libertad después de su internamiento. Asimismo, aquellos acusados de “corrupción de menores” fueron sujetos frecuentemente a internamiento, en la medida en que sus actividades eran consideradas como fuente de propagación de la homosexualidad para la juventud fácilmente impresionable[38].

Un análisis similar de la experiencia de las lesbianas en los campos de concentración no es posible por dos razones. Por un lado, ya que los nazis no prohibieron la homosexualidad femenina en el Reich, los registros judiciales no ofrecen datos estadísticos sobre la intervención del estado. Además, por regla general las mujeres lesbianas que estaban prisioneras en los campos fueron trasladadas a éstos por razones distintas del comportamiento homosexual; con pocas excepciones, los registros de los campos no identifican a las mujeres lesbianas; y, en casos en los que los registros identifican el lesbianismo de la persona, la indicación constituye generalmente una subclasificación incluida bajo otra categoría de clasificación principal de la interna.[39]

Sin embargo, la evidencia disponible demuestra que hubo mujeres lesbianas en algunos campos, a veces en números significativos. Entre los colectivos de mujeres que englobaban las categorías sujetas a internamiento se encontraban las trabajadoras del sexo y las delincuentes reincidentes que habían pasado previamente por la cárcel; ambos grupos englobaban a mujeres trabajadoras y de clases bajas con una subcultura de roles masculino/femenino fuertemente desarrollada[40]. Un obrero francés de la resistencia, por ejemplo, recordó haber visto este tipo de mujeres en el campo de Ravensbrück en 1943:

Había un cierto nivel de lesbianismo [entre los delincuentes, los asociales y las prostitutas]. A las “masculinas” se las llamaba “Jules,” y solían marcar a sus novias con una cruz en la frente—la llamábamos la croix des vaches.[41]

Para aquellas mujeres cuyo comportamiento no reflejaba signos contrarios a las reglas del género, la estrategia de supervivencia en los campos consistió en el más absoluto silencio y la disociación radical de todo tipo de asociación con la actividad homosexual –la misma estrategia utilizada por muchos otros homosexuales de ambos sexos en la sociedad alemana en su conjunto. Otra superviviente de Ravensbrück –una lesbiana internada al parecer como prisionera política socialista– rememoró su experiencia en los campos entre 1941 y 1942 con las siguientes palabras:

El guarda de mi bloque era una mujer; me solía sacar fuera y preguntarme “¿Quieres un cigarro?”—así que yo asumía que tenía una tendencia. Pero no tuve absolutamente ningún tipo de contacto. Siempre me decía a mí misma, “Espera hasta que acabe la guerra”. Me comporté bastante bien.[42]

Los hombres que fueron internados por su condición de homosexuales no tenían acceso a esta estrategia de invisibilidad. Desde que se crearon los campos, los homosexuales masculinos fueron identificados con marcas diferenciadas en el uniforme –entre éstas, cintas amarillas en el brazo con la letra "A" mayúscula (probablemente en referencia al término alemán arschficker, “aquellos que follan por el culo”); grandes lunares negros; o el número 175 (en referencia al artículo 175 del código penal)[43]. Con el transcurso del tiempo, un triángulo de tela rosa pasó a constituir la marca de los hombres homosexuales. La generalización del emblema estuvo relacionada con la reforma del sistema de administración de los campos en 1936, momento a partir del cual la burocracia central impuso una taxonomía estandarizada para marcar a todos los internos[44].

Las condiciones de todos los prisioneros en los campos eran extremadamente duras, pero todo parece apuntar que los hombres homosexuales tuvieron que enfrentarse a circunstancias particularmente penosas. A diferencia de los judíos y gitanos (Sinti y Roma), los prisioneros homosex­uales no fueron una clase objeto de prácticas de exterminio sistemático en campos pensados como de fábricas de muerte. A pesar de ello, se calcula que los homosexuales tenían el índice más bajo de supervivencia fuera de otras categorías raciales. Lautmann ha estimado que el 60 por ciento de los prisioneros homosexuales murieron en los campos, tres cuartas partes de los cuales durante su primer año de internamiento, en comparación con el 41 por ciento de los prisioneros políticos y el 35 por ciento de los testigos de Jehovah[45].

Estas cifras son sin duda el resultado de una pluralidad de fenómenos, cada uno de los cuales ofrece una perspectiva de la experiencia de los hombres homosexuales en los campos de concentración:

1) Los vigilantes tomaban a los internos homosexuales como objetos frecuentes de abuso físico y tortura. Como recordaría más tarde un prisionero de Dachau, “[Los prisioneros del triángulo rosa] eran particularmente objeto de abusos por las SS, humillados de las formas más degradantes, y castigados corporalmente a la mínima oportunidad.”[46]

2) Con frecuencia, los prisioneros homosexuales masculinos no representaban más del uno por ciento de la población total de cada campo, así que, en general, la creación de vínculos de ayuda mutua, el comercio en los mercados negros de los campos, y la ascensión a posiciones mejores en la jerarquía de los campos les resultaba imposible. Esta situación se veía exacerbada por el hecho de que los prisioneros del triangulo rosa estaban obligados a limitar sus contactos entre ellos y con prisioneros de fuera de su propio grupo, ya que el mínimo signo de amistad podría ser tomado como evidencia de su incapacidad para reformarse. En cambio, los delincuentes comunes y los prisioneros políticos –más numerosos, más experimentados con la vida de la prisión y con los sistemas ideológicos de solidaridad, y en general más capaces de asociarse entre ellos sin levantar sospechas– se desenvolvieron comparativamente mejor en los campos.

3) Al menos en ciertos casos, los hombres homosexuales eran seleccionados para ser objetos de experimentos médicos con una frecuencia desproporcionada en relación con los otros prisioneros. Por ejemplo, Eugen Kogon, un prisionero político que trabajó como enfermero en Buchenwald de 1942 a 1945, señaló que las cobayas de los experimentos realizados en ese campo “eran generalmente convictos y homosexuales, junto con unos pocos prisioneros políticos de todas las nacionalidades”. Kogon recordó cómo un grupo de hombres homosexuales fueron contagiados deliberadamente con tifus, mientras que otros fueron sujetos a implantes de hormonas sintéticas en el intento de reprimir sus deseos homosexuales.[47]

4) Los prisioneros homosexuales fueron seleccionados en porcentajes mayores para pasar a englobar las cuadrillas de trabajo más agotador y peligroso, incluidas el trabajo en las graveras y la construcción de carreteras en Dachau, la mina de arcilla en Sachsenhausen, la construcción de túneles con explosivos cerca de Dora, la cantera de Buchenwald, y los destacamentos que recogieron bombas no explosionadas después de los ataques aéreos de Hamburgo. Los hombres asignados a este tipo de trabajo tenían una media de supervivencia menor incluso que la de otros prisioneros de los campos[48].

El destino de las víctimas homosexuales en el periodo de posguerra (1945–2002)

Como el resto de los prisioneros, muchos homosexuales que sobrevivieron hasta que los campos fueron liberados murieron poco tiempo después por efecto del sufrimiento que acumularon en éstos. Pero, a diferencia de otros internos por razón de raza, origen étnico, o adscripción religiosa o política, los homosexuales no fueron liberados necesariamente cuando llegaron los soldados aliados a los campos. La evidencia muestra que, al menos en algunos casos, los oficiales de las fuerzas de ocupación aliada trasladaron a los internos homosexuales al sistema carcelario, considerándolos culpables de delitos sexuales que habían merecido un castigo bajo el régimen nazi y continuaban mereciéndolo tras la liberación[49].

La derrota del Tercer Reich no trajo la libertad jurídica para los homosexuales. Después de la guerra, el tribunal supremo federal de Alemania Occidental se negó a anular la reforma nazi de 1935 del artículo 175, con el siniestro argumento de que las prescripciones contrarias a los besos, tocamientos, y miradas entre personas del mismo sexo eran jurídicamente permisibles porque no representaban “una forma de pensar típicamente nacionalsocialista”[50]. La ley permaneció en vigor en Alemania Occidental hasta 1969, generando más de 47,000 condenas en el periodo posterior al nazismo. En Alemania del Este, la ley nazi se mantuvo hasta 1950; posteriormente, el texto del Capítulo 175 anterior a la reforma nazi permaneció en vigor hasta 1967. No existen estadísticas sobre el número de arrestos, pero se cree que fue menor que en Alemania Occidental[51].

En lo que constituye una última injusticia que todavía continua, los supervivientes homosexuales, en contraste con otros grupos específicos objeto de persecución, han sido excluidos sistemáticamente de los programas gubernamentales creados para ofrecer apoyo y reparaciones a las víctimas del régimen nazi. Por lo que se sabe, sólo 22 supervivientes homosexuales han recibido algún tipo de compensación del gobierno alemán, y en Austria fueron sólo dos los homosexuales que recibieron una compensación del fondo nacional creado en 1995[52].

Incluso en términos del reconocimiento puramente simbólico, las víctimas homosexuales han tenido que esperar más de medio siglo después del final del régimen nazi para recibir una excusa formal por parte del Estado alemán en diciembre de 2000. Tras un año y medio adicional de debate los legisladores votaron al final, en mayo de 2002, indultar a todos los convictos bajo el artículo 175 durante la época nazi, pero todavía quedó sin tratar la cuestión de proveer indemnizaciones individuales y culturales para dar contenido a su reconocimiento formal de las profundas injusticias cometidas por el régimen nazi [53].

Como sugieren las páginas anteriores, la persecución nazi de los homosexuales fue severa, pero fue un proceso diferente en características y objetivos del genocidio llevado a cabo en contra de los judíos. A diferencia del pueblo judío, los homosexuales no fueron víctimas de clasificación y separación sistemática e implacable del resto de la población de Alemania y los territorios alemanes ocupados. A diferencia del pueblo judío, los homosexuales no fueron objeto, en cuanto colectivo, del exterminio en masa en los campos de la muerte. Y, a diferencia del pueblo judío, la mayoría de los hombres y mujeres homosexuales bajo el régimen nazi, aunque sometidos al silencio, el secretismo y el miedo, lograron los medios para sobrevivir.

Me permitiría sugerir, sin embargo, que las políticas antihomosexuales nazis podría considerarse un paso integral en la puesta en práctica de la ideología de purificación social que llevaría finalmente al exterminio de seis millones de judíos. Las medidas tomadas contra la subcultura y el movimiento homosexuales en los primeros cuatro años del régimen de Hitler le permitieron desarrollar una tecnología y burocracia de estigmatización social, aislamiento, y persecución en contra de un grupo que ya era objeto de prejuicio social. La persecución en contra de los homosexuales no generó ningún tipo de preocupación por parte de las potencias extranjeras o de las facciones tradicionalistas del Estado alemán[54].

Cada uno de los métodos utilizados inicialmente contra los homosexuales entre 1933 y 1936 –incluida la destrucción de los territorios y redes culturales y sociales, el silenciamiento de los medios de comunicación, la reclusión de miembros de un grupo despreciado en campos de concentración, y el asesinato en masa promovido por el Estado– serían llevado a cabo de forma sistemática en el Holocausto contra el pueblo judío europeo. Los objetivos de la persecución de los homosexuales y del genocidio de los judíos por parte de los nazis diferían considerablemente; sin embargo, el desarrollo histórico de los medios estaba intrínsicamente relacionado.

El destino de los homosexuales bajo el régimen nazi merece un lugar en el ámbito de la memoria colectiva. Al mismo tiempo, debemos recordar que los homosexuales sólo fueron uno de los muchos objetivos de los nazis. En último término, debemos llorar la pérdida de todos los pueblos y culturas que desaparecieron en la noche oscura de destrucción a mediados del siglo XX. Con independencia de que seamos judíos u homosexuales, personas con discapacidad física o psicológica, trabajadores del sexo o vagabundos, con independencia de que seamos miembros de grupos marginados por motivos raciales, étnicos, políticos o religiosos, todos debemos ser uno en nuestro cuestionamiento doloroso del pasado y en nuestra afanosa custodia del futuro.

Referencias :

* Copyright © 2003 Ray Gerard Koskovich. P.O. Box 14301. San Francisco, CA 94114-0301. USA. E-mail: DAlembert@aol.com

[1] Alan Bérubé, Coming Out Under Fire: The History of Gay Men and Women in World War Two, Nueva York, Free Press, 1990, p. 200.

[2] Sobre la historia social de la homosexualidad en Alemania en el siglo XIX y principios de los XX, véase James Steakley, The Homosexual Emancipation Movement in Germany, Nueva York, Arno Press, 1975, pp. 13-16 y passim, y Wolfgang Theis y Andreas Sternweiler, “Alltag in Kaiserreich und in der Weimarer Republik,” en Berlin Museum, Eldorado: Homo­sexuellen Frauen und Männer in Berlin 1850-1950--Geschichte, Alltag, und Kultur, Berlín, Frölich und Kaufmann, 1984, pp. 49-61.

[3] Véase Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, pp. 5, 10, 21.

[4] Véase Richard Plant, The Pink Triangle: The Nazi War Against Homosexuales, Nueva York, Henry Holt y Company, 1986, pp. 31 y ss., y Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, pp. 9 y ss.; véase también Michel Foucault, The History of Sexuality, Volume I: An Introduction, Nueva York, Vintage Books, 1980, p. 43 [N. del T: existe versión castellana: Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI editores, México, 1977].

[5] Véase John C. Fout, “Sexual Politics in Wilhelmine Germany: The Male Gender Crisis, Mor­al Purity, and Homophobia,” Journal of the History of Sexuality, vol. 2, nº 3 (enero 1992), pp. 403-417; sobre la política de castración, véase Geoffrey J. Giles, “‘The Most Unkindest Cut of All': Castration, Homosexuality and Nazi Justice,” Journal of Contemporary History, vol. 27, nº 1 (Enero, 1992), p. 44.

[6] Véase Magnus Hirschfeld, Berlins drittes Geschlecht, Berlín y Leipzig, H. Seeman, 1904, passim; Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, pp. 23 y ss., 27, 78 y ss., and passim; Theis y Sternweiler en Berlin Museum, pp. 56-73; y Claudia Schoppman, Days of Masquerade: Life Stories of Lesbians During the Third Reich, Nueva York, Columbia University Press, 1996, pp. 2-4.

[7] Véase Ruth Margarete Roellig, Berlins lesbische Frauen, Naunhof-bei-Leipzig, Bruno Gebauer Verlag für Kulturprobleme, 1928; la edición bilingüe alemán/francés que he consultado es Les Lesbiennes de Berlin, Lille: Cahiers Gai-Kitsch-Camp, 1992, pp. 94 y ss. Véase también Monika Hingst, Manfred Herzer, Karl-Heinz Steinle, Andreas Sternweiler y Wolfgang Theis (eds.), Goodbye to Berlin? 100 Jahre Schwulenbewegung, Berlín, Verlag rosa Winkel, 1997, pp. 127 y ss.

[8] Sobre Ulrichs en general, véase Hubert Kennedy, Ulrichs: The Life and Works of Karl Heinrich Ulrichs, Pioneer of the Modern Gay Movement, Boston, Alyson Publications, 1988; sobre los escritos y activismo jurídico de Ulrichs a favor de los “uranianos” en la década de 1860, véanse los caps. 4-7, passim.

[9] Sobre el Comité Científico-Humanitario, véase Manfred Baumgart, “Die Homosexuellen-Bewegung bis zum Ende der Ersten Weltkriegs,” en Berlin Museum, pp. 17-23; y Manfred Herzer, “Das Wissenschaftlich humanitäre Komitee,” en Hingst, et al., pp. 37-47.

[10] Sobre Brand y la Comunidad de los Dueños de Sí Mismos, véase Harry Oosterhuis (ed.), Homosexuality and Male Bonding in Pre-Nazi Germany, Nueva York, Haworth Press, 1991, pp. 2-8, 245-247, y passim.

[11] Véase Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, p. 82; véase también Plant, p. 41, y Schoppman, Days of Masquerade, p. 4.

[12] Véase Lillian Faderman y Brigitte Erickson (eds.), Lesbian-Feminism in Turn-of-the Century Germany, Weatherby Lake, Mo., The Naiad Press, 1980, pp. ii-vi, y Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, pp. 40-42.

[13] Véase Faderman y Erickson, pp. iv-v, y Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, pp. 40-42.

[14] Sobre Hirschfeld y el Instituto para la Ciencia Sexual, véase “Institute for Sexual Science (1919–1933)”, una amplia exposición virtual a cargo de la Magnus-Hirschfeld-Gesellschaft, Berlín, disponible en internet en: www.magnus-hirschfeld.de/institute (octubre de 2002–julio de 2005). Véase también Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld: Portrait of a Pioneer in Sexology, Londres, Quartet Books, 1986, ch. 9; y Manfred Baumgart, “Das Institut für Sexualwissenschaft und die Homosexuellenbewegung in der Weimarer Republik”, en Berlin Museum, pp. 31-33.

[15] Para una visión general de la situación del periodo posterior a la Primera Guerra Mundial en Alemania y la posición de los homosexuales en ese periodo, véase Plant, ch. 1.

[16] Véase Plant, p. 44.

[17]Véase Harry Oosterhuis, “Medicine, Male Bonding and Homosexuality in Nazi Germany,” Journal of Contemporary History, vol. 32, nº 2 (abril de 1997), pp. 187–205. Véase también Warren Johansson y William A. Percy, “Holocaust, Gay”, en Wayne R. Dynes (ed.), Encyclopedia of Homosexuality, vol. 1, Nueva York, Garland Publishing, 1990), pp. 546f.

[18] Véase Oosterhuis, “Medicine, Male Bonding and Homosexuality in Nazi Germany,” pp. 194 y ss..

[19] Citado en Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, p. 84.

[20] Sobre la destrucción del Instituto, véase James Steakley, "Anniversary of a Book Burning," The Advocate (9 de junio de 1983), 18-19, 57.

[21] Anthropos, nº 1–2 (1934); citado en Steakley, The Homosexual Emancipation Movement, p. 105.

[22] Véase Oosterhuis, Homosexuality and Male Bonding in Pre-Nazi Germany, p. 7.

[23] Sobre la clientela de “Eldorado”, véanse las fuentes citadas en nota 7.

[24] Véase el collage de fotos de bares cerrados publicado en el periódico vienés Der Notschrei (mayo de 1933), p. 6. La página entera se reproduce en Hingst, et al., p. 154; véase también el encabezamiento de la p.155.

[25] Sobre los bares como lugares de encuentro homosexual en la era nazi, véase Carola Gerlach, “Außerdem habe ich dort mit meiner Freund getanzt”, en Andreas Pretzel and Gabriele Roßbach (eds.), Wegen der zu erwartenden hohen Strafe: Homosexuellenverfolgung in Berlin 1933–1945, Berlín, Verlag rosa Winkel, 2000, pp. 305-332. Para una descripción de un bar que consiguió sobrevivir al periodo imperial hasta la década de los años cincuenta, véase Charlotte von Mahlsdorf, I Am My Own Woman, San Francisco, Cleis Press, 1995, pp. 128 y ss.

[26] Sobre Röhm y la purga de las SA, véase Plant, cap. 53. Véase también Max Gallo, The Night of Long Knives, Nueva York, Harper and Row, 1972, passim.

[27] Sobre la campaña de propaganda, véase Hans-Georg Stümke, “From the ‘People's Conscious­ness of Right and Wrong' to ‘The Healthy Instincts of the Nation': The Persecution of Homosexuales in Nazi Germany,” en Michael Burleigh (ed.) Confronting the Nazi Past: New De­bates on Modern German History, Londres, Collins and Brown, 1996, pp. 157 y ss.

[28] Sobre la reforma del artículo 175, véase Plant, pp. 69, 110. Para las estadísticas de los procesos judiciales, véase Stümke, p. 160.

[29] Véase Schopp­mann, Days of Masquerade, pp. 20 y ss.

[30]Véase Claudia Schoppman, Verbotene Verhältnisse: Frauenliebe 1938-1945, Berlín, Querverlag, 1999, passim.

[31] Citado en Schoppman, Days of Masquerade, p. 16.

[32] Sobre el departamento de la Gestapo y la Oficina Central del Reich, véase Stümke, pp. 158 y ss.

[33] Véase Falk Pingel, “Concentration Camps”, en Israel Gutman (ed.), Encyclopedia of the Hol­ocaust, vol. 1, Nueva York, Macmillan, 1990, p. 311.

[34] Sobre los hombres homosexuales en los campos, véase Rüdiger Lautmann, “The Pink Triangle: The Per­se­cu­tion of Homosexual Males in Concentration Camps in Nazi Germany”, en Salvatore J. Licata y Robert P. Peterson (eds.), Historical Perspectives on Homosexuality, Nueva York, Ha­worth Press/Stein and Day, 1981, pp. 141-160; Rüdiger Lautmann, “Gay Prisoners in Con­cen­­tration Camps as Compared with Jehovah's Witnesses and Political Prisoners,” en Mi­chael Ber­enbaum (ed.), A Mosaic of Victims: Non-Jews Persecuted and Murdered by the Nazis Nueva York, New York University Press, 1990, pp. 200-206; y Grau (ed.), Hidden Holocaust? Gay and Lesbian Persecution in Germany, 1933-1945, Londres, Cassell, 1995, parte 4.

Se han publicado una serie de memorias e historias orales de supervivientes homosexuales masculinos de los campos de exterminio, especialmente durante los últimos veinte años. Para relatos con tamaño de libro, véase Heinz Heger (seudónimo de Hans Neumann), The Men with the Pink Triangle, Boston, Alyson Publications, 1994, que relata las memorias de un homosexual austriaco, Josef Kohout, quien sobrevivió 6 años en Sachsenhausen and Flossenbürg; y Pierre Seel, Moi, Pierre Seel, deporté homosexuel, Paris, Calmann-Levy, 1994, las memorias de un alsaciano internado en el campo de Schirmeck-Vorbrück. (N. del T: existe versión castellana en ambos casos; H. Heger: Los hombres del triángulo rosa. Amaranto, Madrid, 2002 y P. Seel: Pierre Seel. Deportado homosexual. Bellaterra, Barcelona, 2001).

Para textos de menor tamaño, véanse los testimonios de J.A.W., Lothar (i.e., Charlotte von Mahlsdorf), Karl y Erich en Jürgen Lemke, Gay Voices from East Germany, Bloomington, Ind., Indiana University Press, 1991. Véanse también los testimonios de Karl B., David F., Jacob K., Karl Lange y Friedrich-Paul von Groszheim, todos recogidos en Lutz van Dijk, Ein erfülltes Leben, trotzdem--: Erinnerungen Homosexueller, 1933–1945; elf biographische Texte, Reinbek bei Hamburg, Rowohlt, 1992.

Asimismo, existen tres documentales de amplia distribución que recogen los testimonios de algunos supervivientes: Stuart Marshall (director), “Desire: Sexuality in Germany, 1910-1945” (Maya Vision, 1989); Elke Jeanrod y Josef Weishaupt (directors), “We Were Marked With a Big ‘A'” (Norddeutscher Rundfunk, 1990); y Rob Epstein y Jeffrey Friedman (directors), “Paragraph 175” (Telling Pictures, 2000).

[35] El total estimado se calcula sobre la base de las estadísticas proporcionadas por Grau, p. 154, y Hans-Georg Stümke y Rudi Finkler, Rosa Winkel, Rosa Listen: Homosexuelle und “gesundes Volkempfinden” von Auschwitz bis Heute, Hamburgo, Rohwohlt, 1981, p. 262. Nótese que el número de individuos procesados fue ligeramente menor que el número total de procesos abiertos, ya que sin duda algunos individuos fueron procesados más de una vez.

[36]Véase Lautmann, “The Pink Triangle,” p. 146. Algunos críticos han sugerido que estas cifras pueden ser demasiado conservadoras; para una discusión al respecto, véase Johansson y Percy, pp. 548-550.

[37] Véase Seel, pp. 37 y ss.

[38] Véase Grau, p. 6f.

[39] Para los casos raros de mujeres internadas por lesbianismo y registros de los campos que mencionan el lesbianismo, véase Schoppman, Days of Masquerade, pp. 20-23.

La noción de que un triángulo negro fue usado como una insignia diferenciada para las lesbianas en los campos de concentración nazi ha hizo su aparición en las comunidades lesbianas y gays de Estados Unidos a partir de os años 1980, pero sin duda es más una muestra del folklore contemporáneo que una evidencia histórica. De hecho, los nazis usaron el triángulo negro para diferenciar a los “asociales”, una categoría de prisioneros que inclía tanto a hombres como mujeres, pero que no englobaba específicamente a las lesbianas. Véase Lucinda Zoe, "The Black Triangle," Lesbian Herstory Archives Newsletter, nº 12 (junio de 1991), p. 7. Sobre los internos clasificados como asociales, véase Robert Gellately y Nathan Stoltzfus (eds.), Social Outsiders in Nazi Germany, Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2001, pp. 11–13, así como los comentarios incluidos en los ensayos de este libro.

[40] Sobre la vida de las lesbianas en los campos, véase Schoppmann, Days of Masquerade, pp. 20–23. Véase también Plant, pp. 114-116; y Fania Fénelon (con Marcelle Routier), Playing for Time, Nueva York, Atheneum, 1977, pp. 142-151, 198-201, 212-222. [Nota del Traductor: La dicotomía “masculino/femenino” es sólo una traducción aproximativa e incompleta de la dicotomía “butch/femme” del original inglés, términos que poseen muchos niveles de significación en la cultura lesbiana].

[41] Citado en Anton Gill, The Journey Back from Hell: Conversations with Concentration Camp Survivors--An Oral History, Nueva York, Avon Books, 1988, p. 327. La expresión croix des vaches (“cruz de la puta” o, literalmente, “cruz de la vaca”) es una ingeniosa referencia a la croix de guerre, una prestigiosa medalla francesa a los méritos en combate.

[42] Citado en Terrie Couch, “The Legacy of the Black Triangles: An American and a German Lesbian Survivor of the Concentration Camps,” Windy City Times, vol. 6, nº 34 (9 de mayo de 1991), p. 19.

[43] Véase Lautmann, “The Pink Triangle,” p. 148.

[44] Véase Wolfgang Sofsky, The Order of Terror: The Concentration Camp, Princeton, N.J., Princeton University Press, 1997, p. 118.

[45] Véase Lautmann, “The Pink Triangle,” p. 147, y “Gay Prisoners,” p. 204.

[46] Citado in Lautmann, “The Pink Triangle,” p. 147.

[47] Eugen Kogon, The Theory and Practice of Hell: The German Concentration Camps and the System Behind Them, Nueva York, Octagon Books, 1979, p. 144. Sobre los experimentos médicos con homosexuales, véase también Plant, pp. 175-179.

[48] Con la excepción de la información suministrada por Kogon, el análisis de esta sección sigue por lo general Laut­mann, “The Pink Triangle,” pp. 147-159. Véase también Plant, pp. 179-180.

[49] Véase también Plant, p. 181.

[50] Véase Stümke, p. 165; el autor no cita la fecha o fuente de esta opinión.

[51] Véase Pink Triangle Coalition, “Proposal for a Cy Pres Allocation for Homosexual Victims of the Nazis,” Holocaust Victim Assets Litigation (Swiss Banks), presentada ante la Corte Federal de Distrito de Nueva York, 7 de noviembre de 2001, pp. 25 y ss.; disponible en internet: http://me.in-berlin.de/~hirschfeld/entschaedigen/cy-pres.html.

[52] Véase esta discusión en Pink Triangle Coalition, pp. 26 y ss. Se sabe que aproximadamente treinta víctimas homosexuales han presentado sin éxito demandas de reparación durante los últimos veinticinco años. Para algunos ejemplos, véase Klaus Müller, “Introduction”, en Heger, p. 14; véase también Stefan K. (seudónimo de Teofil Kosinski), “I Am Stefan K.”, en Lutz Van Dijk, Damned Strong Love,Nueva York, Henry Holt, 1995, pp. 131-134.

[53] Para las disculpas, véase “German Apology to Gays for Nazis”, PlanetOut News (Dec. 8, 2000), en la página web www.planetout.com; la acción fue realizada el 7 de diciembre de 2000 por la Cámara Baja del Parlamento alemán. Sobre el perdón, que fue aprobado el 17 de mayo de 2002, véase “Germany Votes to Pardon Gays Prosecuted by Nazis”, servicio de noticias de Reuters (anunciada el 4 de febrero de 2003 en www.sodomylaws.org).

[54]En cambio, estas fuerzas opositoras frenaron en un principio la puesta en práctica del programa antisemitista de los nazis; véase Yehuda Bauer, A History of the Holocaust, Nueva York, Franklin Watts, 1982, pp. 98 y ss.



GERARD KOSKOVICH is an independent scholar, editor and rare book dealer based in San Francisco. He is a member of the board of directors of the Gay, Lesbian, Bisexual, Transgender Historical Society (San Francisco) and of the scholarly committee of the Centre d'archives et de documentation homosexuelles (Paris). In addition, he is the general delegate to the United States for the Mémorial de la Déportation Homosexuelle, the French national group working to commemorate the homosexual victims of the Nazis, and serves as the Mémorial's representative to the Pink Triangle Coalition.

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