El “olvido” de los estudios históricos


Cuando se estudia la historia del sorprendente, y duro para el análisis, siglo XX la mirada se fija sin duda en el humo que sale de las chimeneas de los campos de exterminio o en los cadáveres semienterrados que aparecen en numerosas fosas comunes excavadas por orden nazi. Pero cuando se analiza la composición de las cenizas de esas chimeneas, o los restos de las fosas, encontramos judíos, sí, pero también enemigos políticos del régimen, presos comunes, Testigos de Jehová, etc. Pero la Historia, o por mejor decir los estudios históricos hechos por personas, claro está, con una determinada concepción sobre la vida, hasta hace poco no encontraban restos de homosexuales (gays y lesbianas).

Sin embargo sabemos, cada día mejor, por el estudio de los archivos accesibles y, por si eso fuera insuficiente, por el testimonio de los ya escasos supervivientes de las persecuciones, que muchos homosexuales, sobre todo varones, fueron detenidos, torturados y exterminados por ser sólo eso, homosexuales. No por su pertenencia étnica, ni por sus ideas políticas, a veces vergonzosamente simpatizantes con las oficiales. Su única culpa fue llevar a la práctica su orientación afectiva y sexual. En su persecución coincidieron, y parecen seguir coincidiendo, todos los regímenes totalitarios. Les separan ideologías, medios y fines, pero son similares en este objetivo como una forma más de lucha contra la disidencia. Por eso parece necesario preguntar cómo se puede explicar este silencio sobre su exterminio. ¿Son responsables los estudios realizados por historiadores de ese silencio? Alguna culpa debe de tener su olvido puesto que de tan largo y unánime no puede ser inocente. La inocencia nunca muestra tanta constancia y sabiduría en las preguntas que no debe hacer o los testimonios que no debe buscar; la inocencia camina de la mano del azar y siempre se sorprende de lo que encuentra.

En la que pasa por ser la última entrevista concedida por Jean Paul Sartre dos meses escasos antes de morir se le preguntó por qué él, el intelectual francés comprometido por antonomasia, quien no se cansó de denunciar todo tipo de injusticias (reales o no), nunca dijo nada sobre el exterminio que sufrieron los homosexuales bajo el régimen nazi. Su respuesta fue,

orque ignoraba este tipo de matanzas, si habían sido sistemáticas y a cuánta gente habían afectado. No estaba seguro. Los historiadores hablan poco de ello. Podía reprochar un montón de cosas a los dictadores, pero ésa no podía reprochársela porque la ignoraba. [2]

Sartre fue el filósofo que puso de moda los temas de la “mala fe” y la “vida inauténtica” durante la segunda mitad del siglo XX. Nada más lógico que preguntarnos si él cayó en la misma falsedad que denunció en otros en relación con este tema, la matanza de homosexuales. ¿Mintió Sartre en esta entrevista o carecía de información una persona que solía estar bien informada de todo lo que sucedía a su alrededor? A esta pregunta intentaré responder a lo largo de este estudio. Pero no solo a ella, claro está. En realidad la usaré como pretexto para analizar una serie de cuestiones que tienen que ver con el tratamiento académico que ha recibido la homosexualidad a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Pierre Seel. Historia de un deportado homosexual

En 1994 apareció en Francia un libro que tardó siete años en traducirse al castellano. Su título, Pierre Seel. Deportado homosexual. En él encontramos lo que el título promete, el testimonio directo de un francés, Pierre Seel, originario de Alsacia, fichado por supuesta homosexualidad cuando aún era adolescente e internado con dieciocho años en el campo alsaciano de Schirmeck. Relataré brevemente la historia: a Pierre Seel le roba el hombre con el que mantenía relaciones en un parque. Como el objeto robado, un reloj de pulsera, tenía valor económico y sentimental presentó una denuncia. Sin embargo, el lugar del incidente, la hora, etc, pusieron en alerta a la policía sobre el suceso que allí había tenido lugar y sometieron al joven Seel a preguntas y situaciones humillantes. En sus propias palabras,

Había entrado en la comisaría como un ciudadano robado y salía como un homosexual vergonzante (....) Ignoraba que mi nombre acababa de inscribirse en el fichero policial de los homosexuales de la ciudad y que, tres años más tarde, mis padres se enterarían así de mi homosexualidad.[3]

Poco tiempo después de este incidente estalla la Segunda Guerra Mundial y Alemania se anexiona Alsacia y Lorena, provincias disputadas con Francia desde tiempo inmemorial. Las autoridades de ocupación se hacen cargo entonces de todas las tareas administrativas, entre el júbilo de unos alsacianos y la desesperación de otros. Así llegan a sus manos ficheros policiales donde aparece una homosexualidad que no estaba condenada por las leyes, puesto que había dejado de ser perseguida en Francia desde 1810 con la aplicación del Código Penal napoleónico. Por lo tanto estos archivos eran fruto de la arbitrariedad y la persecución policial de los homosexuales; algo ilegal pues. A Pierre Seel se le ordena pasar por las dependencias de la Gestapo el 3 mayo de 1941.

En ese edificio, durante diez horas, sufrió todo tipo de crueldades que aquí no voy a repetir porque están detalladas en su biografía y quien esté interesado en conocerlas allí puede encontrarlas. Solo diré que, cuando las autoridades alemanas consiguieron que firmara su declaración, el papel tuvo poco valor porque las manchas de sangre hicieron la letra ilegible. A este día le siguieron otros dieciocho en una cárcel atestada de prisioneros y sin comida, y después un furgón al campo de Schirmeck, muy cerca de la frontera alemana, pero todavía en territorio francés[4]. Eran muchos los padecimientos que sufría quien era internado en un campo de concentración que, a menudo, lo era también de exterminio. Todas y todos supongo que tenemos algún tipo de familiaridad con su funcionamiento, sea por haber leído sobre el tema, sea por haberlos visto en el cine. Así que me limitaré a señalar sólo una de las reglas que obligatoriamente habían de cumplir los internos, la destacaré por la arbitrariedad a que daba lugar; una norma, además, que no siempre aparece recogida en los estudios. Consiste en lo siguiente: era obligatorio que los prisioneros recogieran cualquier cosa que se les cayera o encontraran en el suelo, fuese un pañuelo, su escudilla, etc. Bien, pues a veces los guardianes, sin motivos aparentes para los internos, cogían un papel o la gorra de uno de ellos y la lanzaban contra las alambradas que delimitaban el campo. Si el detenido iba a recogerla era abatido a tiros por intento de fuga, pero si no lo hacía era igualmente abatido por desobedecer una orden. A cambio de terminar con un prisionero que se había “intentado fugar”, los miembros de las SS recibían como premio un permiso especial de tres días y una cierta cantidad de dinero[5]; así perdieron la vida muchos prisioneros que no gozaban de las simpatías de las SS[6].

Pierre Seel estuvo pues en Schirmeck durante seis meses, de mayo a noviembre de 1941. Le dejaron salir por buena conducta, por su juventud y, sobre todo, porque firmó una declaración en la que aceptaba la nacionalidad alemana, como podían hacer muchos alsacianos bajo la ocupación. Formaba parte de la política nazi el intentar aprovechar a los “arios” que enmedaran una conducta perjudicial para el régimen; ello incluía a los ciudadanos de zonas consideradas alemanas, como Alsacia y Lorena. Esto, por supuesto, fue una trampa porque a cambio de libertad momentánea le obligó a combatir los años siguientes como soldado raso del ejército alemán en los peores escenarios posibles, incluyendo el frente ruso. Pero no adelantemos acontecimientos. Podemos preguntarnos qué sucedía en el campo cuando los prisioneros se quedaban solos, por la noche, bajo la vigilancia del capo y sus secuaces. Seel nos cuenta que

En el barracón se habían constituido grupos según las diversas afinidades, políticas a veces, lo que aminoraba algo el aislamiento y la dureza de la cotidianeidad. Yo no formaba parte de ninguno de los grupos de solidaridad. Con mi cinta azul, rápidamente descifrada por mis compañeros de infortunio, no tenía nada que esperar de ellos: el delito sexual es una carga adicional en la identidad carcelaria (....) En el universo de los detenidos yo era un elemento completamente despreciable, una minucia sin alma.[7]

Debo aclarar que, aunque el triángulo rosa era la forma corriente de marcar a los homosexuales en los campos que estaban en Alemania o en la Europa del Este, previamente se usaron otros distintivos como brazaletes amarillos con la letra “A” impresa, largos lunares negros o el número 175, en alusión al artículo 175 del Código penal que castigaba las relaciones entre personas del mismo sexo desde el siglo XIX. Al final se impuso el triángulo rosa como la forma corriente de señalar a los varones homosexuales. Sin embargo, en el campo alsaciano de Schirmeck, parece ser que se usaba una cinta azul con el mismo objetivo, de ahí el comentario que acabamos de ver[8]. De la cita se deduce que los oprimidos seguían y reforzaban la discriminación de los opresores; el barracón era un microcosmos que reproducía el macrocosmos político.

Pero, ¿dice la verdad Pierre Seel? ¿Diciendo la verdad exagera, quizás? ¿Existió el exterminio homosexual? Si existió, ¿con qué alcance? Recordemos la ignorancia que había puesto Sartre como justificación para no hablar de tema. Pierre Seel se decide a contar su historia tras haber callado durante casi cuarenta años. Tuvo que guardar silencio todo ese tiempo por vergüenza, por miedo a las represalias contra su familia, y porque la homosexualidad había vuelto a ser castigada en Francia, en 1942 bajo el gobierno de Pétain, tras siglo y medio de despenalización. Lo mismo sucedió en Alemania, donde siguió en vigor el artículo 175 tras la derrota del nazismo[9].

Sin embargo Pierre Seel se decide, finalmente, a hablar. ¿Y por qué lo hace? Habla porque su vida, a los cincuenta y nueve años, era un fracaso completo por intentar borrar su homosexualidad: divorciado, al borde del alcoholismo y con muy poco respeto por sí mismo. Lo hace también porque en 1982, el entonces obispo de Estrasburgo, declara a la prensa sin ambages que considera a la homosexualidad como una enfermedad. Por lo tanto respeta a los homosexuales pero como respeta a los enfermos[10]. Pierre Seel se indignó enormemente al oír esas palabras; era imposible seguir callado y dejar que los demás se aprovecharan de su posición y poder para insultar, despreciar, negar su vida y, con ella, la de todos los homosexuales. Porque ese tipo de discursos fue el que llevó a la persecución y al asesinato de inocentes por parte de los nazis. De ahí que, con los años, acabara escribiendo su autobiografía.

El exterminio de homosexuales y los estudios históricos

En la preparación de este artículo he podido consultar todo tipo de libros y artículos sobre la Alemania nacionalsocialista, desde textos que detallan la vida en estos campos como los escritos por Primo Levi, hasta otros que, dentro de cierta corriente de revisionismo histórico, pasan de largo sobre el tema porque, aparentemente, tal cosa no ha existido. El resultado de mis investigaciones es pobre sobre el tema que me ocupa porque los historiadores no suelen detenerse en el exterminio de estas personas ni escribir sobre él.

Sin embargo uno de los pocos estudios que he podido encontrar es la obra de Olga Wormser y Henri Michel, Tragédie de la déportation 1940-1945, publicada en 1955, y premiada por la Academia Francesa. Estos autores aportan un documento del 28 de agosto de 1940 del Servicio alemán de seguridad (Documentación Arolsen). Se trata de un documento redactado para uso interno por las autoridades nazis siete años después de crearse el primer campo de exterminio, y donde, finalmente, hacen una clasificación según su funcionamiento y objetivos. Según éste los campos serían de tres tipos:

Tipo 1: Creados para las ofensas menores. Entre ellos estarían Dachau y Sachsenhausen;

Tipo 2: Creados para ofensas más graves. Este segundo tipo agravaba las condiciones de vida y trabajo. Entre ellos estarían Buchenwald y Auschwitz;

Tipo 3: Auténticos “molinos de huesos” de donde era extremadamente raro salir vivo. Entre ellos se encontraban Mauthausen y Gros-Rosen.

Cierto que esta clasificación es un tanto arbitraria, puesto que Auschwitz, pese a pertenecer al segundo tipo, era el campo modélico de exterminio, si es que tal hecho puede calificar así. También influía en el nivel de supervivencia dentro de cada campo que la preocupación dominante en un momento determinado fuese la productividad o el exterminio, lo que a su vez dependía de la marcha de la guerra. Ahora bien, como los autores dicen, y por eso se aporta aquí, el objetivo de la Gestapo y las SS era situar en el tercer tipo a todos los criminales, homosexuales, judíos y cierto tipo de presos políticos que les parecían especialmente peligrosos, todos ellos con independencia de su nacionalidad[11]. Y si bien la clasificación es arbitraria porque los del tipo uno podían serlo del dos, y los del dos ser del tres, lo que no sucedió es que los del tercero fuesen del segundo. Por tanto el que los homosexuales fuesen internados con preferencia en los del tipo tres (o del dos que funcionaba como tres) conducía a una muy probable aniquilación. Este era el objetivo, y así debemos suponer que sucedió por encima de los avatares políticos que vivió el régimen nazi. Era además objetivo personal de Himmler que así fuese, como se verá más adelante.

De hecho, siguiendo las investigaciones de R. Lautmann en varios campos de concentración, se puede afirmar que el 60% de los homosexuales internados en los campos murieron durante su encierro, comparado con el 41% de los prisioneros políticos y el 35% de los Testigos de Jehová. Lo que es más, después de cuatro meses uno de cada cuatro internos había muerto; después de un año, uno de cada dos. La suerte fue distinta para prisioneros políticos y Testigos de Jehová, quienes sobrevivían en mayor numero tras el primer año de encierro (cuatro de cada cinco Testigos y dos de cada tres prisioneros políticos)[12]. El nivel de supervivencia de los homosexuales era tan bajo como el de los judíos, pese a no ser objetivo específico del nazismo terminar con todos los homosexuales “arios”, como sí lo fue terminar con todos los judíos. Entonces podemos preguntarnos por los motivos de unos porcentajes de supervivencia tan bajos.

El mismo Lautmann apunta unas hipótesis que coinciden con las declaraciones de los homosexuales que sobrevivieron al exterminio. Hipótesis que aquí se consideran también válidas. En primer lugar no existía una solidaridad social con esos prisioneros, como sí existía con otros, ni una red externa de apoyo. Cada homosexual detenido no podía confiar en que otro homosexual del exterior se preocupara por él e intentara hacer algo para sacarle de allí so pena de ser acusado y detenido por el mismo delito; a menudo no recibía ayuda ni siquiera de su familia. Por otro lado, al ser considerados, tanto por el régimen nazi como por la sociedad, cobardes y afeminados, no se ponían en sus manos tareas de responsabilidad, administración de los barracones, etc, que ayudaban enormemente a seguir vivo porque se asesinaba preferentemente a quienes no tenían ninguna función asignada ni trato con las autoridades; quienes realizaban estas funciones no era probable que tuviesen que ir a recoger su gorra a las alambradas. En tercer lugar no podían ayudarse entre ellos porque cualquier acercamiento sería visto como una negación de su “cura” o rehabilitación, cosa que sí podían hacer otros prisioneros. Nadie se extrañaba de que un judío se acercara a otros judíos, por ejemplo, ni lo iba a denunciar por ello. Los homosexuales estaban solos como nadie más lo estaba. Finalmente, como su vida no parecía tener mucho valor fuera del campo, entonces tampoco tenía valor dentro de él[13]. Ni para los nazis, que les encargaban los trabajos más duros y los sometían a los experimentos médicos más crueles, ni para el resto de los internos, que podían negarse a ayudarles en el caso de necesitarlo.

Por lo tanto los homosexuales pasarían fácilmente a convertirse en “musulmanes”[14], calificativo que designa el estado límite de supervivencia a la que llegaba un interno y cuyas características eran la desnutrición aguda, los actos mecánicos e inconscientes, el encorvamiento de la espalda y la consiguiente dificultad para caminar. Se trataba ser seres humanos incapaces ya para el trabajo y que entraban mansamente en los convoyes dirigidos a las zonas de exterminio dentro del campo o de otros lagers. Heger cuenta lo siguiente sobre los criterios de selección de un número determinado de prisioneros para enviar de los campos de concentración a los de exterminio, donde encontrarían la muerte segura,

Se dejaba a la oficina de prisioneros, encabezada por el decano del campo, la labor de seleccionar a los presos que debían ser enviados al exterminio. Si el decano era un preso político, era un hecho seguro que la mayor parte de los prisioneros elegidos para el exterminio serían hombres con el triángulo rosa.[15]

Para entender el comentario debe señalarse que cada grupo dominante de un campo elegía a miembros de los otros grupos para llenar el cupo de sujetos condenados a morir. Reafirmaba así su poder frente a los demás y la fidelidad de sus adhesiones, es decir se volvía más fuerte. Como los triángulos rosas no eran dominantes en ninguno, entonces eran elegidos como víctimas preferidas por todos los demás, junto con los gitanos, que se encontraban en la misma situación.

Asesinar homosexuales fue entonces un objetivo reconocido por la Gestapo y las SS, aunque en numerosos discursos de los años treinta, tanto Heinrich Himmler, jefe primero de las SS, luego de la Gestapo, y finalmente responsable máximo de los campos, como Hitler, habían asumido públicamente la función de terminar con los homosexuales (además de con los judíos). No tenemos más que ver lo que sucedió en la conocida como “Noche de los cuchillos largos”, el último fin de semana de junio de 1934. Entonces Goering y Himmler ordenaron asesinar a Ernst Röhm y a muchos otros dirigentes y miembros de las SA, por supuesto con el conocimiento de Hitler, bajo la acusación de que este cuerpo nazi estaba formado por homosexuales que, en virtud de sus afinidades, preparaban una conspiración contra el Führer[16]. Es decir, la homosexualidad era la base para una conspiración. Debo decir que aunque Ernst Röhm y su ayudante Edmund Heines eran conocidos homosexuales, la mayoría de los trescientos miembros de las SA asesinados aquellos días no lo eran, así que fueron asesinados bajo esa acusación pero por otros motivos como ajustes de cuentas personales, luchas por el poder dentro del régimen entre las SA de Röhm y las SS de Himmler, intento de tranquilizar a los altos mandos del ejército por el poder creciente que tenían las SA dentro del Estado descabezándolas, etc[17].

De hecho, en 1934, se creó dentro de la Policía Secreta del Estado, es decir dentro de la Gestapo, una división especial para perseguir a los homosexuales. Dos años más tarde, en 1936, Himmler creó una Oficina Central para combatir la Homosexualidad y el Aborto: la Oficina Especial (IIs), un Subdepartamento del Departamento Ejecutivo II de la Gestapo. La unión de la homosexualidad y el aborto reflejaba la política nazi de promover la natalidad, ya que una de las dificultades que podían encontrar para implantar su programa totalitario primero en Europa, y luego en el resto del planeta, era la insuficiencia numérica de la raza aria.

A la cuestión de porqué el régimen hitleriano perseguía a los homosexuales se puede contestar que, básicamente, porque los consideraba perjudiciales para la pureza de la raza germánica. Perjudiciales en un doble sentido. Por un lado el homosexual no se reproducía, según los ideólogos nazis, lo que reducía el número de nacimientos futuros. Cuando digo que no se reproducían quiero decir, en primer lugar, que los nazis creían que la homosexualidad masculina abarcaba casi todo el campo. O, dicho con otras palabras, que las lesbianas no suponían la misma amenaza que los varones; de hecho el artículo 175 no mencionaba la homosexualidad femenina. Aunque una mujer tuviese relaciones con otras, pensaban que esto era una etapa de inmadurez que se resolvería fácilmente con el paso del tiempo. Se consideraban recuperables para la raza y la maternidad, a diferencia de los varones. Por lo tanto aunque también fueron perseguidas, y se encuentran documentados unos cuantos casos[18], no lo fueron con la saña con que lo fueron los homosexuales masculinos.

Pero si, excepcionalmente, los homosexuales se llegaban a reproducir entonces las consecuencias serían temibles porque, según la doctrina eugenésica en boga, y no sólo en Alemania, también en las democracias occidentales, transmitirían a sus descendientes una serie de rasgos psicológicos y emocionales negativos, como la mentira y la cobardía, además de la homosexualidad, es de suponer. Es sabido que el nazismo asociaba los valores morales y sociales con la sangre, la cultura superior con la sangre alemana, la inferior con los pueblos salvajes y semitas, de donde permitir la reproducción de una sangre que no se adecuaba a los valores supremos, como era el caso de la sangre judía, gitana, homosexual, eslava, etc, era una traición al pueblo alemán. Era su debilitamiento y su fin[19].

En opinión de Gerard Koskovich, la persecución de homosexuales que comenzó con la “Noche de los cuchillos largos” es un hecho significativo por un buen número de razones. En primer lugar porque ayudó al ministro Joseph Goebbels a elaborar tácticas de manipulación de la opinión pública tan eficaces que luego fueron usadas para el más amplio programa racista y antisemita. En segundo lugar porque demostró cómo la acusación de homosexualidad podía ser usada para coaccionar a cualquiera, tuviese o no esa orientación sexual y afectiva. De hecho, quien se ganara las enemistades del partido nazi podía ser acusado y castigado con las penas más duras que permitieron las varias ampliaciones que se hicieron del artículo 175. Era juzgado formalmente, aunque sin neutralidad judicial, si se trataba de una persona importante; extrajudicialmente y sin formalidades si no lo era. Esto, evidentemente, permitía una flexibilidad en el uso que no tenían otros términos, como el de “judío”, por ejemplo. En tercer lugar supuso el despliegue de la nueva política genocida; la aceptación que tuvo entre la población alemana el asesinato de personas bajo la acusación de que eran homosexuales animó a los nazis a pensar que la puerta estaba abierta al uso futuro del exterminio sobre otras poblaciones[20]. Al fin y al cabo, se puede pensar, si el asesinato de unos ciudadanos se realiza ante la indiferencia de la mayor parte de la población, ¿por qué no asesinar a muchos otros si suponen también una dificultad para llegar al Estado totalitario aunque presentándolo como una política destinada al bien del pueblo alemán?

Como muestra del conocimiento que tenían que tener los historiadores de la política nazi hacia los homosexuales, su persecución y exterminio, me detendré en el discurso público que el mismo Himmler pronunció el 10 de octubre de 1936, donde expuso algunos de sus principios ideológicos. Tras afirmar que Alemania estaba rodeada de enemigos dispuestos a destruirla a la menor ocasión arremete, sin mediación aparente, contra las homosexuales y expone la política que el régimen nazi estaba siguiendo para terminar con ellos. Afirma que

Como Nacional Socialistas no tenemos miedo a luchar contra esta plaga dentro de nuestras propias filas. Como si hubiéramos vuelto a adoptar el antiguo punto de vista germánico sobre la cuestión del matrimonio entre razas extrañas, así, también, en nuestro juicio de la homosexualidad –un síntoma de degeneración racial destructiva para nuestra raza- hemos vuelto al principio nórdico que [dice que] los degenerados deben de ser exterminados. Alemania se levantará o caerá según la pureza de su raza[21]

Es decir, Himmler parece creer en una mítica edad dorada donde los principios de segregación racial y moral eran el secreto de la supremacía de unas razas sobre otras. Quizás del triunfo de los viriles germanos sobre los afeminados latinos siglos atrás. Por haber olvidado esos principios Alemania se encontraba postrada; para levantarla era necesario volver a cumplirlos a cualquier precio. Entre las medidas a tomar, y Himmler no puede hablar más claro ni más alto, se encuentra el exterminio de los homosexuales. No fueron simples palabras porque el 4 de abril de 1938 dicta una orden por la cual todos los hombres condenados por crímenes homosexuales debían ser trasladados directamente a campos de concentración. Revisa la orden en 1940 para afirmar, simplemente, que “debían ser trasladados”[22]. Adónde debían serlo no se dice con claridad, puesto que al comenzar la guerra las autoridades nazis dejaron de ser claras en muchos aspectos que tenían que ver con el genocidio, pero es fácil deducirlo.

No abundaré en más citas similares porque en estas y otras declaraciones se comprueba lo claro que hablaban las autoridades nazis y lo mucho que se han ignorado sus palabras. Es como si los nazis fuesen unos asesinos con tan poca conciencia de culpa que dijesen siempre la verdad sobre lo que iban a hacer, y además fuesen coherentes con sus proyectos. Y, en cambio, muchos historiadores que estudiaron esos años, a quienes podemos y debemos suponer perfectamente conocedores de estas palabras y de todo lo que rodeó la masacre de las SA, fuesen pacíficos sabios incapaces, quizás, de enfadarse con nadie o de sufrir un acceso de cólera, pero incapaces también de decir toda la verdad para no herir el pudor del público.

Así se puede decir que en muchos estudios sobre la Segunda Guerra Mundial o el régimen hitleriano se dan listas de detenidos en los campos y encontramos la conocida, por repetida, clasificación: judíos y comunistas de las más diversas nacionalidades, republicanos españoles, miembros de la resistencia de todos los países invadidos, ciudadanos rusos, polacos, etc. Pero pocas veces homosexuales[23]o gitanos. Se sabe a ciencia cierta que los nazis perseguían a los homosexuales, pero cuando se habla de las víctimas de los campos de exterminio, no se los nombra por ningún lado ¿Pero qué temían los estudiosos de esos años, desarrollar una carrera profesional menos brillante? ¿Por qué no hablaban de la persecución y exterminio de los homosexuales cuando Himmler se expresaba con tanta claridad? ¿Fueron homófobos, es decir, detestaban a los homosexuales y su negación fue solo la expresión de su homofobia?

Homofobia, Historia, Filosofía

El historiador del Derecho Daniel Borrillo relaciona la homofobia, en sentido general, con la xenofobia, el racismo, el sexismo y el antisemitismo. Todas éstas serían manifestaciones arbitrarias que señalan al otro como contrario, inferior o anormal[24]. Ese otro puede quedar fuera del universo común de los humanos, y se convierte entonces en el objeto de miradas curiosas y discursos negadores de su humanidad. Borrillo señala que

La homofobia es un fenómeno complejo y variado que se adivina en las bromas vulgares que ridiculizan al afeminado, pero que también pueden revestir formas más brutales, que lleguen a la voluntad de exterminación del otro, del homosexual, como fue el caso de la Alemania nazi. La homofobia, como toda forma de exclusión, no se limita a constatar una diferencia: la interpreta y extrae conclusiones materiales[25]

¿Qué conclusiones materiales extrae la homofobia, podemos preguntar a partir de la última frase de la cita? Quizás que no sea oportuno hablar del sufrimiento de personas que no están bien vistas por la sociedad, es decir que es mejor callar aquello que, si se dice, nadie va a felicitar a su portavoz o testigo por decirlo. Si el mundo de los barracones repetía la jerarquía social del universo nazi denunciada por Seel, es muy probable que los historiadores se hayan contagiado del mismo sistema de valores y si, por ejemplo, no quieren hablar de los gitanos ni de los homosexuales ¿quién se lo iba a reprochar, quizás alguna autoridad académica reconocidamente homosexual? Era poco probable.

Ahora bien, no ajustaré cuentas sólo con los estudios históricos, lo haré también con la Filosofía. Si se formulara la pregunta acerca de la postura que han adoptado los filósofos contemporáneos sobre el tema que se ha desarrollado en este artículo, la respuesta es que no ha tomado ninguna, que se sepa. Parte de la Escuela de Frankfurt reflexionó sobre lo acontecido en los campos del infierno; un autor como Adorno se ocupó en profundidad del tema, de denunciar la falta de sentido de la cultura contemporánea desde entonces, de la imposibilidad de su continuación. Adorno no recoge más que la matanza de judíos, es cierto, pero lo que hace es reflexionar en general sobre el sentido del fenómeno, más que especificar sobre sus víctimas. Por lo tanto no debemos esperar en él un acercamiento a cada una de las categorías de asesinados para realizar una reflexión independiente.

Más graves son otros silencios, en primer lugar el de Heidegger. Porque, como señala Ricardo Foster[26], si pudo haber sido fruto de su ambición y precipitada falta de reflexión el aceptar responsabilidades académicas bajo el nazismo, no fue ni una cosa ni la otra su persistente silencio posterior sobre lo que aconteció en los campos, acerca de su misma existencia. Y eso en un filósofo que había hecho del conocimiento de los aspectos de la temporalidad los rasgos constitutivos para la comprensión del ente. Cuarenta años de silencio son demasiado tiempo para haber sido contemporáneo a lo sucedido, vivir en el lugar y momento oportunos, y no hablar de ello. Pocos alemanes, seguramente ninguno, en mejor posición intelectual que Heidegger para pensar sobre esos hechos. Sin embargo en él no encontramos ni alusión al tipo de inocentes que fueron a parar a los campos, ni referencias al hecho de su existencia; es como si nada de eso hubiese sucedido. El suyo es un silencio enorme que pesa atrozmente sobre la filosofía que con tanto trabajó ayudó a levantar, sobre una metafísica que descubre en la fundamentación en el tiempo histórico su base más segura.

Si los estudios históricos no entraron, no quisieron entrar, en el reconocimiento de determinadas víctimas de la matanza y los filósofos, en demasiadas ocasiones, ni siquiera trataron el asunto, ¿cómo sabemos que estos hechos se produjeron? ¿quiénes son los testigos que pueden hablar del exterminio de homosexuales? Sin duda Pierre Seel y H. Heger/Joseph K., pero no sólo ellos. A Pierre Seel lo podemos ver en un film documental que ha recibido varios premios internacionales, Paragraph 175[27]. Aquí, además, aparecen recogidos testimonios de franceses y alemanes que fueron detenidos, internados, torturados en los campos nazis de exterminio diseminados por varios países y que, pese a todo, milagrosamente consiguieron sobrevivir a tanta crueldad y dolor. Decidieron dar ese paso adelante y declarar públicamente lo que habían callado durante tantos años para impedir que el olvido o la mentira negasen lo que fue, borrasen lo que hubo. Frente a la cobardía y egoísmo que aducía Himmler como sus rasgos innatos, han demostrado ser valientes y generosos. Gracias a ellos podemos conocer lo que ni otros supervivientes, ni la inmensa mayoría de los historiadores, han querido contar sobre lo que pasó en Alemania y las zonas de Europa control nazi.

Conclusiones

Como conclusiones de las páginas anteriores creo que se puede afirmar lo siguiente:

1º) No se puede acusar a Sartre de “mala fe” cuando afirmó que no habló de la persecución de homosexuales por el régimen nazi porque no la conocía. Quizás podría haber hecho un poco más por informarse, quizás podría haber sabido más. Pero si la “mala fe” es el desconocimiento consciente de determinados hechos, Sartre no puede ser acusado de esa falta.

2º) Si la homofobia es la consideración de los homosexuales como personas inferiores a las heterosexuales, y extrae conclusiones de la diferencia, entonces la inmensa mayoría de los historiadores que estudiaron el genocidio han sido homófobos. Si el barracón de los campos reprodujo un sistema de valores que los nazis defendieron, pero que estaba vigente mucho antes de que llegasen al poder, los estudios históricos, durante décadas, reprodujeron los prejuicios del barracón. También los filósofos, en la medida en que tiene la responsabilidad de reflexionar sobre lo sucedido, han caído en el mismo culpable silencio.

3º) Hace falta todavía un estudio profundo de este fenómeno. Es cierto que desde finales de la década de los ochenta, aproximadamente, el tema merece más atención. Pero también lo es que la persecución de homosexuales y gitanos son los grandes olvidados de los estudios sobre los totalitarismos en Europa, de derecha o de izquierda.

4º) El encubrimiento de este hecho por los historiadores no se ha producido en otros campos culturales como el teatro (Bent), el género (auto)biográfico (Hans Heger, Pierre Seel) o el cine (Paragraph 175). Escritores, directores de cine o los mismos museos (como el Holocaust Memorial Museum de los Estados Unidos) han ocupado ese espacio de reivindicación y han conseguido que el olvido no fuese completo.

Es decir, donde los expertos de la ciencia histórica no han querido hablar, otras creaciones culturales lo han hecho. Es lógico que así sea porque algo que formó parte de la enormidad que supuso el genocidio nazi no es fácil que permanezca indefinidamente ocultado o silenciado.

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Mann, Klaus (1934): Homosexualité et fascisme (original publicado en alemán en la revista Europäische Hefte, Praga, el 24 de diciembre de 1934).

Plant, Richard (1986): The Pink Triangle: The Nazi War Against Homosexuals. Henry Holt, Nueva York.

Rodríguez-Piñero Royo, Luis (2001): “History/Herstory: Internet y la historia de las homosexualidades” en OrientacioneS. Revista de Homosexualidades, número 2, págs. 109-125. Fundación Triángulo , Madrid .

Saña, Heleno (1980): Noche sobre Europa. El fascismo alemán 1918-1980. Erisa , Madrid .

Schoppman, Claudia (1996): Days of Masquerade: Life Stories of Lesbians During the Third Reich. Columbia University Press, Nueva York.

Shermann, Martin (1982): Bent. Robrenyo, Mataró. Prólogo de Xavier Romeu.

Shirer, William L. (1963): Le Troisième Reich. Des origines à la chute. Éditions Stock, Paris (original en ingles: The rise and fall of the Third Reich. Simon and Schuster, Nueva York, 1960).

Zentner, Kurt (1978): El Tercer Reich. Bruguera, 2 volúmenes, Barcelona .

Wormser, Olga y Michel, Henri (1955): Tragédie de la déportation 1940-1945. Hachette, Paris.



Filmografía:

Epstein, Robert (1999): Paragraph 175. USA , 81 minutos.

Direcciones virtuales:

www.holocaust-trc.org/homosx.htm Página web del Holocaust Teacher Resource Center puesta a su disposición por el Holocaust Memorial Museum de Estados Unidos. Incluye enlaces a figuras de la Alemania de los años treinta, como el Dr. Magnus Hirschfeld, y al famoso Artículo 175 del Código penal alemán.

The author can be contacted at : elpersazaratustra@wanadoo.es

NOTES

[1] Una primera versión de este texto se presentó con el título de “El olvido de una memoria llena de culpa” como comunicación en el I Congreso iberoamericano de ética y filosofía política que se celebró en Alcalá de Henares entre el 16 y el 20 de septiembre de 2002. Fue la primera vez que, en el conjunto del Estado español, se expuso el tema en un ambiente académico.

[2] Extracto de la entrevista realizada el 23 de febrero de 1980 por Barbedette, Lochu y Le Bitoux, publicada en Gai Pied (marzo, 1980) y recogida en Seel y Le Bitoux (2001, 131).

[3] Le Bitoux y Seel (2001, 21).

[4] Hoy de este campo ya no queda nada porque las autoridades francesas han convertido el suelo que ocupaba en zona residencial.

[5] Heger (2002, 62). El libro es una biografía del superviviente Joseph Kohut, escrita por Heinz Heger, pseudónimo a su vez del escritor vienés Hans Newmann, ya que el protagonista de los hechos deseaba contar su historia pero no se sentía con talento suficiente para hacerlo por sí mismo, ni quería salir a la luz pública. Para entender el anonimato, tanto del escritor como del biografiado, debe recordarse que cuando se publica esta obra la homosexualidad seguía estando perseguida en la mayor parte de Europa; por otro lado las editoriales se resistían a publicar un libro con ese contenido.

[6] Este hecho lo encontramos recogido tanto en la obra de Seel como en Bent, obra de teatro escrita por Martín Shermann. Bent está inspirada en el texto de Heger.

[7] Le Bitoux y Seel (2001, 40).

[8] Los símbolos más frecuentes eran los siguientes: triángulo amarillo para los judíos, rojo para los disidentes políticos, verde para los criminales de derecho común, morado para los Testigos de Jehová, marrón para los gitanos, rosa para los homosexuales. Un hecho revelador de la jerarquía dentro de los barracones es que los presos políticos temían que, con el lavado, el triángulo rojo de su ropa perdiese color y acabase pareciendo rosa.

El mencionado triángulo rosa, con el tiempo y a consecuencia de la persecución nazi, se ha convertido en el símbolo internacional de muchos grupos que luchan por los derechos de gays y lesbianas.

[9] La homosexualidad fue despenalizada en Francia en 1982, durante el primer mandato de François Mitterrand. El artículo 175 entró en vigor en toda Alemania en 1871, a raíz de la unificación, imponiéndose el código de Prusia sobre las legislaciones de otros estados como Baviera y Hannover, que habían despenalizado la homosexualidad a comienzos del S. XIX como consecuencia de la influencia que tuvieron las ideas ilustradas en esos territorios. El artículo 175 siguió en vigor en las dos Alemanias mucho tiempo después de terminar la Segunda Guerra Mundial.

[10] Es curioso que un obispo católico hable de enfermedad, concepto médico, en lugar de pecado o culpa, conceptos teológicos propios de su formación. Muestra evidente del peso que han perdido las categorías religiosas, sustituidas por las científicas, para juzgar la realidad.

[11] Wormser y Michel (1955, 67-68).

[12] Lautmann (1981, 3 y sgs.).

[13] Lautmann (1981, 3). Ver también Plant (1986, 166-169).

[14] Para el uso del concepto de “musulmán” y su descripción se puede consultar Primo Levi (2002) y para su análisis Agamben (2000).

[15] Heger (2002, 136).

[16] “(...) Hitler, tomando la palabra ante los jefes de las secciones de asalto supervivientes en Munich, el 30 de junio, a mediodía, justo después de las primeras ejecuciones, declara que, por su sola moral corrompida, esos hombres merecían morir” Shirer (1963, 247) [Traducción propia]. Uno se pregunta, como hace Klaus Mann, si antes de esta fecha Hitler no conocía perfectamente la “moral corrompida” de sus secuaces.

[17] Koskovich (1997, ……)

[18] Schoppman (1996, 20 y sgs.).

[19] A ello deben sumarse las obsesiones personales de Himmler, que sin duda crecieron en odio hacia los homosexuales cuando la figura de Ernst Röhm, que era en la práctica su superior dentro de la jerarquía nazi aunque dirigiese otro cuerpo, bloqueaba el ascenso de las SS. Su carrera política y ambición personal no quedaron despejadas hasta la “Noche de los cuchillos largos” y el posterior debilitamiento de las SA. Ver para ello, Plant (1986, 54-104). Es decir, los capítulos segundo (“The Röehm Affair”) y tercero (“The Great Inquisitor”).

[20] Koskovich (1997, ......) en este mismo volumen. Ver también Plant (1986, 67-69).

[21] Plant, 111[Traducción propia].

[22] Plant, 215.

[23] Por ejemplo en el texto de Zentner (1978). Por citar un texto escrito originalmente en castellano dentro de la misma línea, véase Saña (1980). Como excepción a este silencio se podría mencionar la obra de Eugen Kogon (1965, 82). Pero, como apunta su título, Sociología de los campos de concentración, esta obra desarrolla un enfoque sociológico.

[24] Borrillo (2001, 13 y sgs.).

[25] Borrillo (2001, 16).

[26] Foster (2002).

[27] Epstein (1999). Evidentemente el título del film documental se refiere al artículo del código penal alemán que sancionaba la homosexualidad.

Copyright: Javier Ugarte Pérez, 2004.

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